Diciembre. Se respira festividad en el aire. La navidad acaba de pasar y estamos con Juan Pablo sentados en el porche de una casa en Paysandú… hablando de maquinitas. Pero no estamos solos, sino que fuimos invitados a esta reunión por alguien a quien queremos presentarles. Y no es 2022, porque esta conversación va a cumplir un año dentro de tres días. Es 28 de diciembre de 2021 y estamos en la casa de Manuel Silva, el dueño del histórico salón “El Gauchito”; junto a Rafael, su hijo, con quien hablamos año y medio antes de este encuentro. Un encuentro que habíamos estado planeando por varios años y que la pandemia postergó indefinidamente, como a tantos otros planes. Pero hoy, o mejor dicho ese 28 de diciembre de 2021, el encuentro se concretó y recién ahora podemos compartirlo con ustedes.
Manuel empieza por el principio aclarándonos su profesión: mecánico tornero. Él no sabía nada de maquinitas allá por los años 70 cuando se abrió en Paysandú el salón de maquinitas Mr. Play, el primero de la ciudad, en el sótano del café del teatro Florencio Sánchez. Un amigo suyo que trabajaba ahí lo invitó a unirse porque necesitaban un técnico para reparar las máquinas. Manuel le aclaró que él no sabía nada sobre el tema pero, alentado por su amigo, igualmente fue a hablar con el dueño. Cuando fue, le cuentan que ya tenían un plan de capacitación preparado para él: lo iban a mandar a un taller en Montevideo donde reparaban este tipo de máquinas y él solo tenía que observar y preguntar hasta agarrarle la mano al asunto. Máquinas que por cierto, bastante distan de las “maquinitas” que conocemos nosotros. Según nos cuenta Manuel, estas máquinas que ellos llamaban “las bali” (probablemente se refiera a la empresa Bally que fabricaba flippers desde los años 30) eran una versión muy primitiva de flipper que pagaba al jugador créditos para volver a jugar, incluso al día siguiente.
“No se por qué se le ocurrió que yo podía ser técnico. Yo era tornero, ¿entendés?”
Manuel completó su capacitación intensiva en dos meses y volvió a Paysandú a reparar y mantener las máquinas de Mr. Play. “Me convertí en técnico en electrónica en dos meses” nos dice, “…pero solo para eso; hoy por hoy no sé arreglar la tele, no sé arreglar radio, nada de eso”. Allí estuvo hasta los tiempos “de la dictadura media dura”, cuando Mr. Play cerró.
Con la experiencia adquirida y un evidente gusto por el rubro, Manuel decide lanzarse por su cuenta con locales propios. Abrió su primer salón en el Club Social Sanducero, provisto de unas 30 máquinas alquiladas, tejo, futbolito, y hasta una pista de bowling que administraba otra persona en el mismo salón. El futbolito, nos cuenta, era particularmente popular. Organizaban campeonatos que “partían la tierra”, con gurises que “hacían maravillas” en la cancha. Las máquinas eran alquiladas a una empresa que proveía también el mantenimiento, enviando técnicos especializados desde Montevideo entre dos y tres veces por mes. Con el tiempo Manuel empezaría a comprar, armar, mantener y hasta ofrecer en alquiler sus propias máquinas. De esa forma proveyó de máquinas a varios locales desparramados por todo el país: Salto, Artigas, Colonia, Rivera y Tacuarembó.
En el año 82 viaja a Estados Unidos para visitar directamente a un fabricante de maquinitas y obtener experiencia de primera mano. Estuvo un mes allá negociando máquinas, visitando las plantas, y adquiriendo valiosísimos conocimientos de los propios fabricantes para el ensamblaje y mantenimiento de placas (ahora sí, hablando de juegos de video) en su gabinete. Manuel vuelve a Uruguay con varias compras e incluso una oferta de trabajo para volverse a Estados Unidos de forma permanente, con toda su familia. La historia sería distinta si hubiese aceptado esa oferta.
Nace El Gauchito
Al año siguiente, junto a dos socios más, instala en la esquina de 18 de Julio y Setembrino Pereda el restaurante “El Gauchito”. Un espeto corrido con una parrilla giratoria, ubicada a la vista de todos, diseñada por Manuel. Junto al restaurante instalan “El recreo del Gauchito”, el salón que sobreviviría al restaurante y eventualmente pasaría a llamarse simplemente “El Gauchito”.
Primeramente contaba con un bowling que Manuel diseñó y construyó él mismo, imitando diseños que conoció de otras pistas de bowling en Buenos Aires y Colón. Al bowling de Colón lo visitó, según nos cuenta, con un metro en mano y, “como distraído”, sacó medidas para su diseño final. Este trabajo le llevó aproximadamente unos 3 meses. Un dato curioso de los bowlings de esa época es que los pinos debían ser re-acomodados por una persona luego de cada tiro. El “parapalos” le llamaban, y según Manuel quedaban “flaquitos del ejercicio tremendo” que hacían.
Al año de la apertura Manuel queda solo al frente de todo el emprendimiento y a los dos años tuvo que cerrar el restaurante. Sin embargo, el recreo del Gauchito (al que ya nadie llamaba así) perduró y se convirtió en el emprendimiento principal. También por esa época llegan a Paysandú las primeras mesas de pool. Manuel queda encantado con ellas y decide desarmar completamente el bowling para instalar 3 mesas de pool y más máquinas de video. Alquila, en un principio, máquinas a un proveedor de Montevideo pero empieza cada vez más a usar sus propias máquinas, las cuales reparaba en el sótano del salón. Eventualmente todas las máquinas serían de su propiedad; construidas por él, puestas a prueba por Rafael desde muy temprana edad, y atendidas en el mostrador por su esposa Estela.
“Algunas maquinas eran disparate lo que trabajaban. Aquella que tenia cuatro… ¡las tortugas ninja!”
El paso de los años convierte a El Gauchito en uno de los salones más concurridos y queridos por los sanduceros. Era un negocio sí, nos dice Manuel, pero también era un lugar para estar. Orgulloso, nos cuenta una infinidad de anécdotas de clientes que por años depositaron su confianza en ellos para cuidarles a sus hijos. Gente que venía de Colón al casino, o que salía a comer, o que iba al cine; y dejaba sus hijos en El Gauchito por horas porque sabía que era un ambiente familiar y que iban a estar bien cuidados.
“Era muy familiar el ambiente, pero el ambiente no lo hice yo, porque yo estaba muy en la fabricación y reparación. El ambiente familiar lo hizo mi mujer, Estela, que estaba todo el día ahí.”
La gurisada que salía del liceo (o que iba al liceo pero quedaba en el camino) colgaba sus túnicas en los percheros para evitar problemas con el INAME, mientras que otros estaban siempre atentos a una posible inspección para avisar al resto. Los más asiduos incluso tenían el privilegio de tomar alguna merienda preparada por la propia Estela en el apartamento que quedaba en el fondo del salón, donde Manuel vivía con su familia. Con el tiempo Manuel elige por separar El Gauchito en dos salones (El Gauchito y Center Pool) para poder atender mejor a sus diferentes clientelas.
Ya para entonces Manuel tenía experiencia plena en el armado de máquinas con gabinetes que él mismo fabricaba. Tenía “inventos raros”, nos dice, como la Tekken 3 armada en un gabinete de flipper. “De las máquinas más caras” que tuvo, unos 5000 dólares solo la placa. Mantenía él mismo también las mesas de pool, actividad que realiza hasta el día de hoy para algunos clientes particulares. Cada noche, luego del cierre, Manuel se encargaba de probar todas las máquinas para asegurar su correcto funcionamiento. Aunque él mismo no era un aficionado jugador, sí nos confiesa que tenía cierta debilidad por el Pacman y el Tetris. En alguna ocasión, con un amigo suyo y algún whisky mediante, quedaron jugando hasta el amanecer a esos dos juegos.
El Gauchito funcionaría hasta el año 2002, cuando la crisis y un inminente desencanto por las maquinitas los obliga a cerrar. Manuel aún conserva los paneles de algunos de sus flippers favoritos y un sinfín de gratos recuerdos de su vida entre las maquinitas. Antes de irnos nos invita a ver los flippers que tiene colgados como trofeos en su casa. Los recuerdos, por otro lado, quedarán en la memoria colectiva de los sanduceros que tuvieron… no, que tuvimos, el honor de jugarnos una fichita ahí.
“El Gauchito fue el que me dejó mas alegrías y satisfacciones.”
Enviamos un enorme agradecimiento a Manuel y su familia por habernos recibido en aquella ocasión y por tenernos un año de paciencia hasta que escribiéramos este artículo.